Fidel Ángel Gómez Ochoa

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Decano de la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Cantabria
Visiting Scholar en la Universidad de
Columbia en Nueva York
(Cantabria - España)

Prólogo I

Las sociedades y presenta muy diversas dimensiones, el estudio y la narración del pasado no son de ningún gremio, ni de ninguna disciplina. El pasado está a disposición de quien quiera escudriñar los tiempos pretéritos, una actividad ésta legítima y loable siempre y cuando se acometa con honestidad y sin ningún interés o fin espurio. Este es el caso del libro que el lector tiene entre las manos. Al haber tomado la decisión de relatar ordenada y documentadamente ciertos episodios y etapas de la historia del lugar donde nació, Cudón, su autor, Javier Balbontín, ingresa en el honorable club formado por las personas ajenas a la profesión histórica que, al acometer la laboriosa tarea de evitar que caigan en el olvido hechos en los que los grandes estudiosos no han reparado y probablemente no van a reparar, hacen aportaciones muy valiosas aunque se ocupen de asuntos en principio menores. Para muchas de esas personas, como es el caso de mi amigo Javi, hacer tal cosa no es solo una necesidad, sino una obligación cívica, pues no es bueno que quienes habitan ignoren cómo es la localidad o el área donde viven, y saberlo requiere que conozcan cómo fue en los tiempos en los que encuentra la raíz del presente y cómo se ha llegado desde entonces hasta la actualidad. Creo que por todo ello Javier Balbontín y su obra El cura de Cudón merecen un elogio.

Desde que conocí hace ya unos cuantos años a Javi, este querido amigo mío no ha dejado de sorprenderme por el interés que ha ido mostrando y el conocimiento y destreza que ha ido adquiriendo acerca de campos del saber y de actividades de lo más diverso. Javier Balbontín es, en el mejor sentido de la palabra, una persona inquieta y polifacética a instancias de una curiosidad que a mí se me antoja poco menos que infinita. Fruto de esos rasgos que adornan su personalidad es este libro, sin duda alguna oportuno y singular. Voy a explicar por qué hago esta afirmación. Por su contenido, El cura de Cudón viene a engrosar una lista por suerte no pequeña de publicaciones fundamentalmente consistentes en ejercicios de memoria con los que sus autores y autoras buscan capturar y dar a conocer a los demás un tiempo y unas circunstancias vividas o conocidas a través de la deletérea transmisión oral.

Muchas personas han decidido en todas las épocas escribir libros para disponer de una especie de "cápsula del tiempo" en la que cierto pasado quede retenido para siempre y así no se esfume cuando desaparezca el último que lo guarde en el recuerdo. Gracias al esfuerzo hecho por uno de los hijos del lugar, las vivencias de los cudoneros y cudoneras de diferentes generaciones que habitaron en los márgenes de la ribera izquierda del bajo Besaya en los últimos años de la década de los cincuenta y de las tres siguientes, así como la vida del conjunto de esa comunidad humana, se convierten en historia escrita, con todo lo que de bueno eso conlleva.

Javier Balbontín hace además esta oportuna tarea de forma asombrosa. Por razones profesionales, en los últimos años me he dedicado a hacer un inventario y una valoración de todos los libros y artículos publicados sobre la Cantabria contemporánea desde los años noventa del pasado siglo. Les aseguro que no he encontrado ninguna forma tan original de hacer memorialismo y de aproximarse a la historia local. Para contar la del Cudón de la época franquista y también de otras etapas anteriores, Javi, en lo que constituye una licencia o incluso un truco literario, ha decidido utilizar una tercera voz, la del cura Pedro Gómez, un personaje real al que, de esa forma, hace un homenaje: según las frases con las que arranca el capítulo 2, para "ser capaz de sembrar la palabra de Jesús" aquél sacerdote consideró necesario conocer las "pautas existenciales básicas del presente y del pasado" de sus feligreses, de ahí que se pusiera a la tarea de conocer su historia y, para ello, de reconstruirla primero y, después, de hacer de notario del estado del Cudón al que llegó una mañana de octubre de 1957 y de los sucesos que allí fueron teniendo lugar a partir de entonces.

La historia que cuentan a medias Javier Balbontín y Pedro Gómez es la de una pequeña comunidad rural costera de la entonces provincia de Santander en el rápido tránsito hacia la sociedad moderna que resultó de la revolución económica conocida por España en los años del desarrollismo.

En El cura de Cudón, a través del relato de una serie de historias de vida –la de la prolija y viajera familia Balbontín, es abordada prácticamente como un ejercicio de prosopografía de la hidalguía montañesa emprendedora y emigrante a América que forjó lucrativas redes comerciales de base familiar-, texto y fotografías ofrecen al lector un muy completo fresco de la sociedad local de aquellos años. En ese fresco no falta ningún grupo -desde las clases más acomodadas hasta las más desfavorecidas-, ningún fenómeno relevante –con mirada a veces de avezado antropólogo, Javi se ocupa de las actividades económicas, del trabajo, del ocio, de las fiestas, de las formas y los espacios de sociabilidad, de los acontecimientos marcadores de la vida cotidiana de la comunidad, del paisaje...- y tampoco ningún género –mujeres y hombres son por igual centro de su atención-.

Es por ello que se trata de un texto de gran utilidad para hacer la historia social de la Cantabria de esa decisiva etapa. Sobre todo no tanto por lo que se nos relata acerca de la nueva sociedad naciente, de la cual se nos va dando cuenta por medio de las novedades tecnológicas que iban incorporándose a la vida cotidiana de Cudón, como la televisión o los medios de transporte particulares –adquiridos por unos pocos casi siempre como herramienta de trabajo-, sino de la que entonces comenzó a batirse en retirada, aunque tardara aún bastante tiempo en desaparecer.

Se trata de la sociedad tradicional, esa en la que la mayor parte de la población activa se ocupaba en actividades del sector primario, es decir, agrícolas, ganaderas y pesqueras; en la que el principal espacio de sociabilidad cotidiana era el bar-tienda frecuentado alternativa y casi separadamente por las mujeres durante la primera mitad del día y por los hombres durante la segunda, en la que las amas de casa se ocupaban tanto de unas pesadísimas labores domésticas –entre ellas lavar a mano en los lavaderos públicos- como de tareas estrictamente productivas para completar los ingresos de la unidad familiar, como la venta ambulante por los mercados de los frutos de la tierra y del mar que ellas mismas sembraban y extraían; en la que existía un sentido comunitarista de la vida hecho patente en las ayudas mutuas que se prestaban los vecinos para acometer diversas labores de envergadura; en la que el cine por un lado y los bolos por el otro eran las principales diversiones y actividades de ocio y también deportivas; en la que la principal fuente de información general era la radio; en la que el domingo era el día de fiesta por excelencia, con su misa mayor incluida; y en la que las gentes apenas salían del lugar que habitaban si no era para emigrar, para ir a un acto familiar de importancia -ya luctuoso, ya festivo- o, en el caso de los jóvenes, para acudir a verbenas y romerías o para disputar alguna de aquellas competiciones deportivas –las ligas de bolos y de fútbol- que funcionaban como un medio de poner en contacto unos pueblos y municipios con otros.

Creo que son muchos los méritos del autor y muchos los atractivos de la obra. Yo les invito a verla, además de a leerla, por cuanto los materiales fotográficos reproducidos son, además de voluminosos y prolijos, en gran parte inéditos y tan expresivos y discursivos como los textos. En este libro, aunque no se hable de ustedes, están todos ustedes o sus ancestros: si el lector nació ya después de o muy avanzados los años setenta, se encontrará con el mundo y con la vida de sus padres y de sus abuelos, tan distinta de la actual. Si nació antes y sobre todo si a la vez habitó en aquellos territorios a caballo entre el mundo rural y el mundo industrial, se encontrará con su propia infancia.

No importa que los nombres de las personas no sean los de nadie que usted conozca o haya conocido. Las vidas de las mujeres y de los hombres, de las niñas y los niños de Cudón, sí son, a grandes rasgos, las de ustedes mismos y la de sus familias y vecinos durante aquellos años en los que los niños jugaban a las chapas en la calle imitando con gran imaginación y pasión las carreras y grandes gestas de las grandes figuras españolas y mundiales del ciclismo; en la que los hombres fumaban inmisericordemente cigarrillos de picadura que ellos mismos liaban; y en las que las amas de casa compraban a cuenta en la tienda del barrio y liquidaban la deuda a fin de mes o cuando fuera que el marido cobrara la paga.

Cudón 3 de Agosto de 2010

Fidel Ángel Gómez Ochoa

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